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En los últimos cuatro años, todos y cada uno de mis clientes han tenido dos cosas en común, primero, la necesidad de buscar apoyo psicológico, y segundo, que han venido acompañados del mismo individuo invisible al consultorio.
En algún momento del proceso terapéutico, la mención del padre y la madre es inevitable, las experiencias infantiles de amor y apego, o de maltrato y abandono son temas comunes en la terapia. El padre y la madre se describen, se idealizan, se culpan, se proyectan, se reviven o se entierran a lo largo del encuentro terapéutico.
Sin embargo, desde enero de 2017, he tenido sentado en el sofá de mi consultorio a un personaje muy particular. El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, me ha acompañado en silencio como invitado frecuente de cientos de clientes de todas las edades y nacionalidades. Nunca antes había experimentado que una persona tuviese tanta influencia en la psique colectiva de una población, ya sea inmigrante o americana.
Personajes públicos, celebridades, autores, y uno que otro político hace su aparición ocasional en el discurso clínico, frecuentemente acompañado de una noticia importante o un evento notorio en la sociedad, pero, así como llegan, se van, sin dejar huella, ni sentimientos encontrados. Trump nunca dejó mi sofá, del lado derecho de mis clientes (ellos casi siempre se sientan a la izquierda del sofá, más cerca de mi silla). Todos tenían algo que decir, todos lo mencionaron, lo amaron o lo odiaron, pero siempre estuvo presente, como el tío que nadie quiere en la fiesta de navidad.
El malestar colectivo a consecuencia de crisis sociales, económicas o políticas, la guerra o desastres naturales, por ejemplo, siempre ha sido estudiado desde la psicología, frecuentemente analizado desde el contexto de cada país y midiendo los efectos psicológicos y emocionales de la población. En Estados Unidos, pocas crisis han tenido la personificación o un protagonista responsable durante el discurso del cliente, más bien han sido atribuidos a un partido, a una crisis global, a otro país, a la economía, etc. Sin embargo, este malestar tiene nombre, tiene una fisonomía muy particular y está sentado en la oficina oval de la Casa Blanca.
Mis clientes frecuentemente hablaban de Trump en momentos y decisiones cruciales en sus vidas, muy frecuentemente las que tienen que ver con procesos de inmigración, como casarse y peticionar a un cónyuge. Pero también lo mencionan para tomar decisiones personales como mudarse de casa o cambiar de escuela a sus hijos, abrir un negocio o la posibilidad de irse a vivir a otro país. Lo mencionaban cuando eran discriminados en la línea del supermercado, en un parque, o en las reuniones de padres en la escuela. Lo mencionaban cuando hablaban de las deportaciones, de niños en prisión y familias separadas. Las emociones expresadas tenían tonos de angustia, miedo, rabia, desesperanza, y tristeza.
En el 2021, comienzan los próximos cuatro años del presidente electo Biden. Espero con mucha ilusión a mi próximo invitado invisible, pero tengo la impresión que su presencia va a ser más intermitente y espero que menos angustiante. Espero que la esperanza y la ilusión aparezca nuevamente en las sesiones y que las personas tomen decisiones de vida solo considerando sus posibilidades y condiciones. También sé que el malestar no va a desaparecer tan rápido, quizás mi invitado invisible salga más fácilmente de la Casa Blanca que de mi consultorio.