por Heidy Guzman, MA, LPC, NCC
En la última década, se ha dado un realce significativo, al Día Internacional de la Mujer (8 de marzo); fecha que reivindica y conmemora la equidad de género. Es entonces, un recordatorio, para toda la sociedad de que los retos vividos por las mujeres son, en general, de mayor dificultad al compararse con los que enfrentan los hombres. En este orden de ideas el presente artículo busca acercarse a lo que llamaremos “mujer-empoderamiento-migración”, donde se hace énfasis en algunos retos que afronta el género femenino cuando se sumerge en la aventura que implica cambiar de país de residencia.
Cada mujer es diferente y por ende su manera de enfrentar un proceso migratorio también lo es. Y no es solo desde el punto de vista físico, emocional y psicológico sino desde el entorno de partida que por diversas razones deciden dejar atrás. Según la psicóloga Wassina Foukay, en sus más de 30 años de experiencia en el tema, “la mayoría de las migrantes han debido atravesar tres o cuatro países sin papeles, comiendo y bebiendo poco, algunas sin conocer el idioma. El dinero con el que salieron de sus países lo han gastado o se los han robado”. Sumado a esto a llegar al país que escogen para residir temporal o definitivamente “se sienten incapaces de fijarse un proyecto de vida, lo que en muchos casos las afecta a nivel psicológico al no poder relajarse y algunas llegan a experimentar síntomas paranoides; por si fuera poco, enfrentan marginación social, que es una forma de violencia donde no faltan
actitudes racistas hacia ellas.
En otras palabras, estas mujeres abandonan sus países desconociendo casi siempre lo que les depara el futuro, con la premisa de mejorar su situación económica, pero huyendo también de la guerra y la violencia. Sin embargo, poco a poco en la sociedad actual, se han ido creando casi que de manera espontánea “una especie de solidaridad femenina”, que va más allá de las diferencias religiosas o raciales. Se observa entonces el papel que juega la religión (no importa la denominación) al momento de crear lazos de apoyo para dar soporte en situaciones difíciles. Es notorio como la fe se convierte en un elemento positivo dentro del ciclo vital de estas mujeres, dado que acciones como ir a la iglesia y empezar a pertenecer a una comunidad religiosa les ayuda a vivenciar experiencias saludables de socialización.
Vivir lejos del lugar geográfico donde se nace y se crece, inmersas en una cultura para ellas extraña, donde se manejan algunas palabras de la lengua local y en muchos casos sin que les sean reconocidos sus derechos, genera en la mujer una pérdida de la identidad que afecta su autoestima. Es por ello por lo que se recomienda el identificar y hacerse miembro de talleres ayuda, que se crean con el objetivo de permitirles el encuentro y conocimiento mutuo entre las inmigrantes; dado que es algo que contribuye a mejorar la calidad de la acogida. Claro está que la verdadera acogida, admite la voluntad de las inmigrantes de integrarse a la sociedad que las recibe y de los acogentes de aceptar e incluir a las mujeres migrantes, teniendo siempre de presente la dimensión personal y la dignidad humana como principio esencial.
Así mismo, dentro de los procesos de acogida, es importante entender que el haber nacido en otro país marca la forma como se concibe la vida y el manejo de ciertas situaciones. Si lo que se busca es buena convivencia entre migrantes y nativos se hace necesario entender que, si bien a primera vista esto puede ser una amenaza, por los conflictos que genera cuando la mayoría dominante siente atacada sus raíces culturales, es entonces cuando la diversidad debe convertirse en una fuente de opciones para enriquecer nuestras perspectivas y alcanzar soluciones creativas. Se necesita continuar trabajando en la superación de estigmas y en el desmonte de estereotipos, los que muchas veces ejercemos de manera inconsciente, para dar lugar a una estructura de pensamiento que recibe más abiertamente planteamientos y realidades distintas.